Está ambientada en la Madrid de los años 20, cuando hacía poco que las mujeres españolas habían obtenido el derecho a matricularse en un centro de enseñanza y todavía eran mal vistas en las aulas. Para que pudieran residir cerca de la Universidad de Madrid con otras estudiantes, en la calle Fortuny se abrió la Residencia de Señoritas, una institución en la que también recibían formación cultural, se entrenaban físicamente y hablaban sobre países extranjeros que algunas de ellas habían tenido la suerte de visitar. Por la Residencia pasaron varias futuras colegiadas que defendieron los derechos de las mujeres y cuyos nombres aún recordamos, como la filósofa María Zambrano, la abogada Victoria Kent o la política Clara Campoamor.

«Las modernas» cuenta la historia de Catalina Fernández de León, una joven de familia acomodada cuyo sueño es estudiar Farmacia. Consigue convencer a sus padres (a su madre no demasiado) y se traslada a la Residencia de Señoritas de Madrid para estudiar en la universidad. La novela está narrada en tercera persona, pero creo que habría quedado mucho mejor en primera: me interesaba saber cómo se sentía Catalina cada vez que tenía que enfrentarse a los prejuicios, tanto fuera como dentro de las aulas, sólo por su empeño en querer formarse y trabajar; sin embargo, al contarlo en tercera, sus emociones se traducen en descripciones un tanto vacías.

La ambientación es el aspecto que más me ha gustado. Se nota el gran trabajo de documentación que hay detrás, y gracias a ello podemos visualizar las diferencias de clase, los detalles históricos (tales como la importancia de los cortes de pelo a lo garçon o la merma del uso del corsé) y los escenarios históricos como si nos hubiéramos subido a una máquina del tiempo. Con todo, la atmósfera se rompe a causa de las actitudes y los comentarios demasiado actuales de algunos personajes, como «lo tienes en el bote» o «con dos copas te pones piripi». En ocasiones tenía la impresión de que quien estaba hablando no era una persona de de los años 20, sino alguien del siglo XXI que fingía estar viviendo en esa época.

Juan Tranche es un apasionado de la antigua Roma y de la gladiatura, por eso no es extraño que su primera novela sea de ficción histórica y esté inspirada en la vida de Spiculus. Este gladiador vivió en el siglo I d.C. y fue el favorito del emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico (Nerón para los amigos :P). El gladiador más famoso que ha llegado hasta nuestros días es Espartaco (sobre todo gracias a la película de 1960 dirigida por Stanley Kubrick y con Kirk Douglas en el papel principal), pero no tenemos mucha información de otros luchadores; de hecho, al final de la novela, Juan nos habla de las escasas referencias literarias y visuales que nos han llegado de Spiculus.

Para recrear la ambientación del esplendor romano, los inicios de la religión cristiana, los pasajes históricos y la vida de los gladiadores, el autor no sólo se ha documentado con las fuentes bibliográficas, sino que ha asistido a recreaciones de combates de gladiadores. No en vano, las escenas de lucha son tan descriptivas que pueden visualizarse como en una película; por otro lado, creo que ocupan demasiadas páginas y a veces ralentizan la acción. Por otra parte, hay demasiadas escenas de violaciones explícitas y palabrotas; creo que la mayoría de ellas (por no decir todas) podrían haberse evitado porque no aportan nada a la trama y son bastante desagradables.

La novela está contada desde el punto de vista de los dos personajes principales: Lucio Valerio y Ronet. Lucio pertenece a una familia noble de viticultores que provee al Imperio con los vinos más exquisitos. Su padre, Publio Valerio, quiere que continúe la tradición familiar o que llegue a ser cónsul de Roma, pero Lucio tiene claro que quiere ser el mejor gladiador de todos los tiempos. No sabía que los patricios podían renunciar a su ciudadanía romana y convertirse en gladiadores (quienes pertenecían a la clase baja de la sociedad), por eso me ha gustado mucho cómo Lucio se rebela para alcanzar sus sueños a pesar de todo lo que pierde a cambio. Aun así, mi personaje preferido es Ronet, uno de los esclavos de la familia Valerio y el mejor amigo de la infancia de Lucio. Su destino es ser viticultor y copero de la familia Valeria, pero por culpa de una serie de malentendidos terminará odiando a Lucio, y su odio será recíproco.

No soy aficionada a los thrillers, pero me gusta mucho el estilo de Grisham: aunque conoce de sobra los términos judiciales, consigue enganchar a los lectores que no lo manejan usando un lenguaje estándar y creando historias adictivas. Por eso quise darle una oportunidad a «Los guardianes»: el título hace referencia al Ministerio de los Guardianes, una organización cuyos componentes se dedican a defender de forma altruista a clientes sentenciados injustamente años atrás. Disponen de medios limitados y pocas ayudas económicas, pero gracias a sus esfuerzos han logrado sacar a varios inocentes de la cárcel. También tienen unas normas muy claras: por ejemplo, no aceptan los casos en los que no están seguros de que el acusado sea inocente y, si aceptan un caso pero luego descubren que su representado es culpable, dejan el caso de inmediato. Me quedé de piedra al saber que la novela se basa en la historia real de un preso de Texas encarcelado mediante pruebas sin fundamento y cómo una asociación llamada Centurion Ministries buscó pruebas reales para que le exonerasen; el libro está dedicado a su fundador, el capellán James McCloskey (conocido como «El Exonerador»). 

«Los guardianes» se compone de 48 capítulos cuya extensión es perfecta: son lo bastante largos como para darte nuevos datos pero lo bastante cortos como para que no se te haga pesado y quieras seguir leyendo. Por otro lado, creo que es una novela que hay que leer muy de seguido o anotando ciertos datos, ya que hay tantísimos personajes (algunos de ellos sólo parecen en un capítulo, pero se les vuelve a mencionar más tarde) y tantos asuntos a resolver que puedes perderte en la lectura.

La historia está contada en primera persona y tiempo pasado por un narrador equisciente. El punto de vista es el de Cullen Post, uno de los miembros del Ministerio de los Guardianes. Post trabajaba como abogado de la oficina del defensor público, pero tuvo una crisis nerviosa, se divorció y se hizo sacerdote episcopaliano; actualmente se dedica a defender a inocentes que llevan años en la cárcel, y para ello utiliza tanto sus conocimientos legales como la presencia de su alzacuellos. Nos cuenta sus reflexiones sobre cada caso y nos indica en qué momento hay que pagar a alguien para que revele determinada información. 

Así, Grisham aprovecha para hablarnos con detalle sobre el dudoso funcionamiento del sistema judicial americano y los chanchullos que pueden darse en algunos casos, en especial si hay diferencia de clases o racismo de por medio.

Para ser un thriller veo poca tensión y un final predecible; además me molestaba un poco que cada pocos capítulos Post hiciera un resumen de los casos que llevan los guardianes, las pistas que tienen y otros temas; no sé si el autor lo hace para aclararse o porque el protagonista es un maniático. Igualmente, lo que más me interesa es el camino que siguen los guardianes para llegar hasta las pistas e ir desenmascarando todas las mentiras que provocaron el encarcelamiento de Quincy (no conocía la opción de una página web para dejar soplos anónimos e imposibles de rastrear, es inquietante). Además, creo que la verdadera intención de Grisham fue dar a conocer al público la labor de la organización que inspiró la novela, y creo que lo ha conseguido.