La historia de Barranco es intensa a la par que detallista y repleta de matices. Cuenta la historia de Tristán, un chaval que viaja a La Palma tras la muerte de su padre, motivado por unas cartas de su abuelo que encontró en su casa y que le removieron por dentro. Ello, unido a un ambiente familiar realmente tormentoso que guiaron al protagonista hacia una personalidad peculiar, hacen que, de entrada, la obra llame la atención sobremanera.

Para no entrar en spoilers y para no desvelar nada de la trama, hablaré de los aspectos técnicos. Cabe destacar que la personalidad de los diferentes personajes que van desfilando por las páginas están construidos de forma creíble y trabajada. Con Tristán uno puede llegar a empatizar o incluso a sentirse reflejado ante los diversos avatares que van aconteciendo a lo largo de la trama, y si bien los secundarios están algo desdibujados, están dotados de un carácter propio que te permite amarles u odiarles.

La estructura del libro se divide en veinte capítulos que oscilan entre las diez y las veinte páginas, permitiendo desarrollar diversas escenas en cada uno de ellos. Los diálogos en una historia tan psicológica y personal es vital, y en ello Iván Bethencourt acierta totalmente al dejar buena parte del peso de la historia sobre los mismos. Pero que nadie se lleve a engaño: tan importante es una frase bien dicha que un silencio introducido en el momento oportuno, y el autor, a mi parecer, lo clava.

Otro punto a favor es la sabia introducción de escenas ocurridas en el pasado. El lector no se pierde durante la lectura, ya que Bethencourt se preocupa de marcar claramente la línea que separa el pasado del presente. Al fin y al cabo, Tristán está investigando sobre el pasado de sus antepasados, por lo que es realmente importante saber controlar el tiempo y el ritmo de la trama.

En definitiva, una obra a la que pocos inconvenientes se le pueden sacar. Es amena, entretenida y perfecta para relajarse un rato y sumergirse en la narración de Iván Bethencourt.