Alejandro. V. Casañas Diaz trae en este libro más de 68 historias que conjugan distintos géneros que van de la anécdota y el policial, al fantástico y la denuncia social. Esa multiplicidad de relatos y estilos es al mismo tiempo lo que le juega en contra debido a que por momentos encontramos historias muy logradas y en seguida nos topamos con escritos que parecen ser ejercicios de escritura a los que todavía les falta trabajo para convertirse en un relato.
             El marco suele ser la patagonia y los pueblos del alto valle. En muchos relatos se percibe el aire a pueblo perdido e historia transmitida de antaño, entremezclado con relatos sin lugar o tiempo o con escenarios inventados. Esto, nuevamente, hace ganar al libro en diversidad, pero le hace perder enfoque.
            El lenguaje utilizado es llano y trabajado. Las fechas de los textos van desde finales de los 90 a finales de los 2000 y se nota una evolución favorable en la escritura hacía una mayor sencillez y fluidez de las historias.
Seguramente en un próximo tomo más acotado pero que presente una unidad temática que vaya más allá de la autoría se podrán apreciar mejor los rasgos que definen al escritor.

La novela de Gonzalo Senestrari, premiada en el Certamen de Novela Casino de Monóvar es la primera en lo que será una saga cuyo tema principal son las fuerzas que dominan la tierra y complotan por hacerse con su control.
El joven Wilco y sus amigos, cada uno a su manera, se ven involucrados en eventos que superan su control. Estos eventos suceden, no por azar, sino por consecuencia de acciones realizadas por fuerzas puestas en marcha mucho antes de su nacimiento. La pregunta es ¿hasta que punto los jóvenes seguirán aceptando ser instrumentos y cuándo tomarán el control de su vida?
Lo que podría parecer a primera vista como una novela para adolescentes desprovista de complejidades tiene momentos extremadamente violentos y oscuros. El inseparable grupo de jóvenes se disgrega y comienza un avance hacia la vida adulta que si bien no era el esperado, demarcará de alguna manera todo lo que pueden esperar de esa realidad que se encuentran tan empeñados en modificar. 
Esperemos al segundo tomo a ver si alcanza las expectativas que se crean los personajes…y los lectores.

La novela comienza con una muy buena idea: un jubilado que posee dos cuentas de Twitter. Con una de ellas propaga ideas de izquierda y con la otra de derecha. Usualmente estas dos cuentas polemizan entre sí, arrastrando a sus miles de seguidores.
Este simple recurso nos muestra lo sencillo que es falsear las tendencias ideológicas en las redes. Si bien no se habla de manera directa de los «trolls» que han poblado las redes sociales del mundo para entrometerse en las elecciones a lo largo y ancho del mundo.
Lo negativo que tiene la obra es que este bien puntapié inicial se diluye a lo largo de decenas de páginas en las que el único interés del autor es usar al personaje como portavoz de su ideología y así opinar acerca de absolutamente todo lo que sucede en la España contemporánea.
Si bien esa cercanía con el aquí y ahora puede ser su fuerte. Con el pasar del tiempo seguramente hará a la novela intrascendente, ya que no será más que el reflejo de las opiniones sobre una época.
Si la historia estuviese en primer lugar y la intervenciones sirvieran para realizarla, estaríamos hablando de un libro que podrá leerse en el futuro, lamentablemente no creo que esté sea el caso.

Algún día miraremos hacia atrás en el tiempo y observaremos la influencia de Stephen King en toda la narrativa norteamericana contemporánea. No me refiero en este caso a las tramas de terror, sino a su estilo. Ese que abunda en detalles innecesarios pero que ayudan a crear un personaje único, sin importar qué tan común sea.

El problema surge cuando se entrecruza una narrativa de estilo hiper-realista con una historia de…¿Ciencia ficción? ¿Fantástica? Y su autor no es Stephen King. ¿Con qué nos encontramos entonces? Con una historia que promete mucho pero deja sin resolver casi todo. Y lo peor de todo es que el buen ritmo con el que comienza, usando el recurso de presentar sucesos inesperados que llevan de un misterio a otro se estanca. Lo peor de todo es que este estancamiento es buscado por el autor, que parece más interesado en desarrollar una crítica al uso de las redes sociales y lo fácil que puede ser obtener la fama en ellas. Pero así como no se profundiza en el desarrollo de la historia, tampoco se llega a niveles de críticas que aporten algo al ya muy discutido tema. ¿Qué nos deja entonces? Una novela que se puede leer, pero que olvidaremos a los pocos días. Una trama que no se resuelve, pero que no nos interesa demasiado. Y un plot twist que todos estábamos esperando y no aporta absolutamente nada a la historia. Quizás esté esperando demasiado de una novela, pero creo que en el esfuerzo por intentar ser moderno y contemporáneo, a través de las infinitas referencias a las redes sociales y otras formas de comunicación, el autor olvidó que lo importante sigue siendo contar una historia, lo demás son detalles.

El libro busca complejizar las relaciones entre personajes situados en la última dictadura. Lo cual lo vuelve peligroso, porque los mismos son un cliché de accionares durante el periodo. Pero clichés pasados de moda. La mujer que no tuvo nada que ver pero la torturaron igual y por eso deberíamos sentir pena (pero el libro nunca se pregunta qué deberíamos sentir por quién militaba y fue torturado, esos personajes no le importan) ; el militar torturador pero de buen corazón que solo tortura gente \\\»mala\\\», diferente del torturador \\\»malo\\\» que es un animalito y hasta apodo de uno tiene. Ni siquiera se cuestiona este último sobre su accionar en la época. Tampoco colabora en esclarecer hechos en los que participó. Su bondad consiste en torturar solo lo necesario y en distinguir entre quién se lo merece y quién no. A todo esto, la «inocencia» a la que apunta el título es la de las personas «comunes» que viven ajenas a una época convulsionada. Pero sería inocencia del lector, pretender que esta actitud no se relaciona con lo que sucedió. Esa sociedad que no participaba, que no hacía preguntas, que no se involucraba (o en algunos casos convalidó lo sucedido) dio rienda suelta para que suceda lo que sucedió.
Algo similar pasa con el estilo narrativo. Acartonado, viciado de lugares comunes y poco fluido. Un vocabulario que suena a antiguo y cumple su función de pintar una época al comienzo. Pero que luego se muestra como estilo del narrador. Algo más que suena a cliché antiguo.