La trama parte con la presentación de Javier, un hombre que, debido a una retinosis pigmentaria, ha ido perdiendo la vista hasta quedarse ciego. Un día, caminando solo por la cale tiene un accidente en el cual las secuelas emocionales duraran mucho más que las físicas, desarrollando así un miedo paralizante que no le permite salir solo de casa más que para ir a trabajar. Un año después de este accidente, su hija Nerea, joven rebelde que solo piensa en ella misma se meterá en un problema que provocará que Javier tenga que salir a buscarla.

La historia está narrada de una forma increíble, partiendo de todos los sentidos y no sólo con el de la vista (muchas cosas se narraran como si nosotros mismos fuéramos ciegos), por lo que es rica en detalles. Otra cosa que me ha fascinado es como la autora es capaz de imitar la forma de hablar tanto de adultos como de adolescentes y seguir siendo convincente, cambiando completamente la jerga en los diálogos según el interlocutor.
La única pega es que es una historia muy densa, con mucha carga emocional y muchas descripciones pero no tanta acción, por lo que se hace bastante larga.

Se tocan temas de trastornos mentales como la ansiedad, la obsesión, el Alzheimer… Realmente era perturbador seguir el hilo mental de Olga y ver hasta donde puede llegar por conseguir lo que desea. También había momentos que pude sentir el pánico del protagonista, era desconcertante e inquietante como se transmite esa sensación de claustrofobia, de sentir que no hay salida y no saber hacía donde ir o que hacer.
Y a todo ello se le suma el valor de la importancia de la familia, de como a veces nos olvidamos de lo que es importante y como nos damos cuenta a veces cuando se está a punto de perder.