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La Caverna Literaria

España

registrado desde mayo de 2016

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Libros y reseñas

Bajo cielos lejanos

Sarah Lark

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Valoración: ★★★

Sarah Lark regresa a Nueva Zelanda para narrar la vida de una joven maorí a mediados del siglo XIX.

Sarah Lark —uno de los seudónimos de la escritora alemana Christiane Gohl— alcanzó la fama a nivel mundial con la aparición en 2007 de En el país de la nube blanca, primera entrega de la trilogía sobre Nueva Zelanda, a la que le seguirían La canción de los maoríes y El grito de la tierra. A lo largo de su carrera literaria la autora ha sido perseverante en la escenografía de sus novelas, un despliegue de paisajes oceánicos que se han erigido en su seña de identidad; y así sigue siendo en su último título, Bajo cielos lejanos, relato que se mueve a caballo entre el presente y las guerras maoríes en la segunda mitad del siglo XIX. Con un punto de partida que aúna crímenes sin resolver, un excéntrico hipnotizador y un diario, Sarah Lark propone un intenso periplo desde Hamburgo hasta la pequeña comunidad de Parihaka para narrar la tortuosa vida de la joven Marama. Os cuento con detalle.

Stephanie Martens es una articulista de Die Lupe conocida por sus reportajes sobre cruentos homicidios. Söder, director del periódico, le encomienda una labor que se aparta de su línea habitual: ponerse en manos de un hipnotizador para corroborar la validez de sus prácticas y desenmascarar un posible fraude. Stephanie convive desde su niñez con una amnesia que mantiene bloqueados los recuerdos de gran parte de su infancia, lo que la convierte en una candidata ideal para una sesión de hipermnesia —entrada en un trance profundo para acceder a hechos pasados—. Hasta entonces, los vacíos de aquella época los suplía con los datos aportados por su madre: el viaje en el que conoció a su padre, su nacimiento en Nueva Zelanda y el accidente del que salió ilesa cuando tenía seis años. Ahora, gracias a la regresión de Helbrich, puede comprobar en primera persona las habilidades del hipnotizador, aunque ello suponga enfrentarse de nuevo a sus miedos.

No es difícil suponer que será aquí donde salten los primeros datos inconexos que desencadenen la trama: durante el estado de hipnosis, la periodista menciona a una niña maorí llamada Marama —a veces Marian—, a la que se refiere como «hija de un jefe tribal». Söder aprovecha los crímenes sin resolver de Masterton —pequeña ciudad de Wellington— para enviar a Stephanie hasta Nueva Zelanda y descubrir, no tanto lo que sucedió en aquella región, sino si detrás de la evocación de la pequeña hay una vivencia real o, incluso, una vida pasada. Este es el punto de partida del intenso viaje de la protagonista y, por ende, de la novela. No obstante, lo que realmente reactiva todo el proceso de investigación —y, consecuentemente, la memoria de Stephanie— es la aparición de un diario escrito de puño y letra por Marama, hilo del que tira para conocer a la joven maorí, su difícil historia de amor, la vida en Parihaka y la infame batalla de Orakau en 1864.

Desde que viera la luz En el país de la nube blanca es palmario el dilatado recorrido de Sarah Lark en tierras neozelandesas, por lo que no sorprende la soltura narrativa dedicada a los sucesos históricos vinculados a las tribus maoríes. Aun así, la escritora alemana reconoce un trasfondo real que le sirvió para madurar Bajo cielos lejanos: más allá de la propia historia de Nueva Zelanda, «llena de jóvenes que con destinos singulares se movían más o menos desarraigados entre grupos étnicos antagónicos», Sarah Lark basa el relato de Marama en Wiremu Pokia Omahura, niño maorí «raptado por tropas kupapa y adoptado, más tarde, por el entonces primer ministro [del país], William Fox» (pág. 651). Quizá sea ese extenso bagaje el motivo de una correcta narración en la parte dedicada a las memorias. Es innegable que la vida de Marama está construida sobre numerosos contratiempos que poco a poco forjan la fuerte personalidad del personaje, pero más allá de su creación, es fácil dejarse llevar por un contexto histórico perfectamente integrado en la línea ficticia. En otras palabras, el diario se convierte por méritos propios en el mejor aliado de la novela.

Tanto brilla la joven maorí que los pasos de Stephanie en busca de respuestas para su amnesia pierden fuerza a medida que pasan las páginas. Hay que tener en cuenta para este asunto un detalle que la escritora reconoce en el epílogo: Bajo cielos lejanos ha sido, en parte, un experimento para Sarah Lark, al tratarse de la primera vez que enlaza en uno de sus libros «el tiempo presente con componentes históricos de la evolución de Nueva Zelanda». ¿Tiene esto algo que ver con que suscite un mayor interés el destino de Marama frente a las pesquisas de Stephanie? Probablemente. Las indagaciones de la periodista pisan poco a poco el freno, se sienten como accesibles, transitorias y, en algunos momentos, incluso prescindibles, casi como un mero vehículo para narrar las cuitas tribales en pleno conflicto colonizador. Ambas líneas argumentales cuentan con temas amorosos, conflictos personales, toma de decisiones y un desenlace conectado; pero, al final, la balanza se inclina hacia una Marian dispuesta a todo para luchar por sus ideales.

Bajo cielos lejanos, de Sara Lark, continúa la amplia senda de la autora en la serie de exitosas novelas ambientadas en Nueva Zelanda. Lejos ya de la trilogía que le brindó el triunfo a nivel mundial, la escritora alemana apuesta por un entorno harto conocido, pero con una nueva dinámica narrativa que le permite saltar entre dos líneas temporales. Así, entre el caso de homicidio investigado por Stephanie y las vicisitudes de la dura vida de Marama, Sarah Lark construye una novela que, con calma, acerca a ambas protagonistas, siempre con el trasfondo maorí vigilante. Tal vez queden más historias ambientadas en parajes oceánicos, pero de lo que no hay duda es de que el éxito cosechado hace una década sigue siendo el principal reclamo para los lectores. Si algo funciona, ¿por qué cambiarlo?

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Caen estrellas fugaces

Jose Gil Romero / Goretti Irisarri

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Valoración: ★★★★★

Ángeles y demonios: una entretenida pugna maniquea en el Madrid de mediados del siglo XIX.

El conocido «evento Carrington» está registrado como una de las mayores tormentas solares de las que se tiene constancia. Tuvo lugar en septiembre de 1859, con consecuencias notables en gran parte del planeta: en muchos puntos se observaron auroras boreales que tiñeron el cielo de colores llamativos, e incluso la influencia magnética provocó fallos en los telégrafos. Hasta aquellos inquietantes días han querido trasladarse Jose Gil Romero y Goretti Irisarri para crear en el Madrid decimonónico una intriga en la que los secretos, la videncia, el espiritismo y lo paranormal se sitúan en la línea de salida, pero donde las simples apariencias dicen más por lo que esconden que por lo que manifiestan. Os cuento con detalle.

Caen estrellas fugaces recrea el episodio desde la cárcel del Saladero, escenario donde, tras el impacto de un rayo, emerge un cuerpo desvanecido de rasgos confusos. Casio Carballeira, director del penal tras su traslado desde Galicia, es el primero en recabar datos sobre el inconcebible suceso. En la endeble figura tendida en el suelo intuyen las formas de un ángel caído por los prominentes muñones que sobresalen de sus omóplatos, allí donde en otro tiempo habría tenido alas. No es más que el inicio de un juego de supersticiones y creencias frente al dictamen de la razón y el análisis científico. Sin perder de vista esta dualidad, la novela se traslada desde el Madrid profundo de las primeras páginas hasta una reunión de «lo más granado de la sociedad capitalina» en el Real Casino. Todos asisten al espectáculo de una sesión espiritista protagonizada por Elisa Polifeme. Marcada por la ceguera —no desde su nacimiento, pero sí desde muy temprana edad—, tiene el don de ver más allá de lo que cualquier persona percibe con plenas facultades. Sus sensaciones y presentimientos tendrán un peso importante en la ficción.

«La Divina», como también es conocida entre los curiosos de estas prácticas, no es la única personalidad entre los congregados: también ocupan un lugar preferente Maximiliano del Fierro —conde millonario de dudosa moralidad— y Melquíades Granada —inspector policial en las investigaciones en torno a la psicosis del ángel sin alas—. Fuera de aquel edificio solo resta la entrada del que, junto con Elisa, encarna uno de los roles más destacados: el inconfundible Leónidas Luzón, estudioso de teología y avezado frenólogo, pero estigmatizado por su malogrado aspecto. A pesar de sus taras físicas, su dependencia del alcohol y la incontrolable recurrencia al láudano, Luzón es capaz de enfrentarse a cualquier hostigamiento, como demuestra en su primera aparición como duelista en las calles madrileñas. La conexión con «la Divina» Polifeme es esencial para la trama, sin dejar atrás el escepticismo que acarrea desde su antigua labor como advocatus diaboli —o abogado del diablo—, destinado al cotejo de pruebas y descubrimiento de posibles estafas en los procesos de canonización y beatificación.

La novela, que transcurre a lo largo de dos días, no da tregua ni un solo instante desde la primera visión de Elisa al inicio de la ficción. Con el peor de los presagios en su cabeza —mutilaciones, cuerpos inertes y un baño de sangre en las dependencias carcelarias—, siente la impotencia de la mítica Casandra, en un intento vano de transmitir su pronóstico. La matanza que está por llegar —ligada a Nadya, el ángel caído— no es más que el germen para algo más oscuro con implicaciones inimaginables. Con una narración en presente, Jose Gil Romero y Goretti Irisarri recorren las calles de Madrid a mediados del siglo XIX para enmarcar una concatenación de escenas en las que la persecución de la verdad y la revelación de los enigmas son la máxima que rige el relato de principio a fin. Casi como si se asistiera a una lucha maniquea entre el bien y el mal, el amplio espectro de personajes antagónicos —recogidos de manera acertada en la dramatis personae incluida al final del volumen— suma un punto a favor de esta mescolanza entre lo terrenal y las profundidades del averno. No puede quedarse en el tintero la completa recreación de las distintas localizaciones en las que se desarrolla la aventura, con una técnica descriptiva que enlaza el callejero de antaño con las ubicaciones actuales, además de incorporar personalidades de la época que, por aquel entonces, enriquecían la sociabilidad madrileña: Benito Pérez Galdós, Gustavo Adolfo Bécquer o Ramón de Mesonero Romanos son solo algunos de los referentes que comparten espacio en esta odisea.

Caen estrellas fugaces, de Jose Gil Romero y Goretti Irisarri, recupera la enérgica tormenta solar de 1859 para tejer un universo poliédrico donde las luces y las sombras se mueven a su antojo. Entre el raciocinio, lo sobrenatural y la fe ciega, los autores consiguen con éxito mantener el nivel de las distintas líneas argumentales. No solo destacan el tablero trazado y los maleables contornos de los peones, sino que además cuenta con una estrategia narrativa impecable. Eso sí, el final queda en el aire, por lo que es de esperar una segunda vuelta al Madrid decimonónico. La historia lo merece.

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La pareja de al lado

Shari Lapena

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Valoración: ★★★

Una novela cargada de tensión y oscuros secretos

Unos amigos proponen una cena. La idea no pinta mal. Preparas unos aperitivos. Un buen vino. Una charla amena. Y las horas del reloj volando. Ahora añadamos algunos elementos. Un bebé. Una mujer que no soporta a los recién nacidos. Una canguro que falla. Una depresión. Y, como guinda, una decisión desafortunada. Así de fácil es pasar de una velada idílica al entorno que dibuja Shari Lapena en su debut dentro de la novela de suspense. La escritora toma como punto de partida el peor escenario para unos padres primerizos, situación que nace de una negligencia para convertirse en algo más grande que se aparta de cualquier descuido paternal. Lástima que la obra quede deslucida por unos personajes poco creíbles. 

La pareja de al lado centra las primeras páginas en Anne y en su reciente maternidad. Sin embargo, lejos de las alegrías que podría proporcionarle su nuevo estado, Anne está acorralada por sus inseguridades, sobre todo en lo que tiene que ver con el aspecto físico. Es uno de los motivos por los que no oculta una férrea animadversión por Cynthia, su vecina, en la que ve una amenaza para su matrimonio con Marco. En ella intuye a una rival inalcanzable para un enfrentamiento en el que Anne se siente desnuda, desprovista de armas —materiales y psicológicas— con las que vencer («[…] ni en su mejor momento podría competir con Cynthia, su alta y escultural vecina, con sus largas piernas, su cintura estrecha y sus grandes pechos […]», pág. 11). No obstante, a pesar de todo, accede a la cena propuesta por Cynthia y Graham, después de no haber sido capaz de frenar los continuos requerimientos de Marco para pasar una reunión distendida. Pronto se arrepiente de su rendición, cuando descubre en una de las rondas para vigilar a Cora que ha desaparecido de la cuna.

Shari Lapena no se deja llevar por digresiones inútiles, por lo que en el primer capítulo hace saltar todo por los aires con la ausencia del bebé. Como se puede intuir ante la comentada inestabilidad de Anne, el terrible hallazgo supone una lacra más para la flagelación de una protagonista que parece rodeada de una innegable connivencia, y donde cada minúsculo matiz añade más peso a su carácter voluble. La investigación se pone en manos del inspector Rasbach, encargado de recopilar las primeras pesquisas y de realizar los interrogatorios en la escena del crimen. Todas las líneas permanecen abiertas, desde un secuestro fortuito hasta una trama organizada, sin perder de vista el posible asesinato. A medida que el lector recibe informaciones acerca de los vínculos entre los diferentes personajes, sentirá que cada una de esas sendas es perfectamente factible; sin embargo, solo una se revelará como el camino correcto.

Con estas pinceladas es más que palpable el atractivo que poseen los entresijos trazados por Shari Lapena. Aun así, hay algo que es tan importante como la correcta construcción de la trama: la elaboración de unos protagonistas verosímiles. Es aquí donde, desde mi punto de vista, flaquea La pareja de al lado. Si se parte del análisis de la premisa sobre la que se sustenta la narración —la desaparición de Cora—, ya el lector halla dificultades para aceptar el hecho de que unos padres «abandonen» a un bebé en su casa simplemente para cenar con unos amigos; da igual que estén pared con pared y que realicen visitas cada media hora, sigue siendo un acto hasta cierto punto inconcebible. Pero aún se puede ir un paso más allá. Imaginemos que se admite tal despropósito; cuando el caso comienza a ser desgranado por la policía, constantemente se perciben en los personajes ciertos comportamientos que ponen en duda la coherencia en las distintas maneras de actuar. Es difícil ejemplificar este punto sin destripar el contenido de la novela, pero cualquiera que pase por sus páginas lo entendería de inmediato. Intentaré, de todos modos, ilustrar este aspecto. Como se ha indicado más arriba, los miedos de Anne son la causa de que se fustigue en sus tóxicos pensamientos de una manera reiterada. En una de esas cavilaciones llega a la siguiente conclusión: «De pronto le entran las dudas, y se da cuenta de lo desacertado de la situación. ¿Quién se va a una cena con los vecinos dejando a su bebé solo en casa? ¿Qué clase de madre hace algo así? Vuelve a sentir la agonía de siempre inundándola: no es una buena madre» (pág. 12). Con estas pocas líneas se clarifica un poco lo que quiero señalar: si la madre repite de forma obsesiva este juicio, ¿por qué hace justo lo que se reprocha? Es cierto que se podría achacar a la inestabilidad tras el parto, hecho que la vuelve vulnerable y, sobre todo, manipulable, pero no deja de chocar el desatino de su actuación. Podría considerarse como una mera anécdota, pero deja de serlo desde el momento en que las incongruencias se trasladan a otros perfiles. Irremediablemente, la novela acaba resintiéndose.

Hay ocasiones en que, a pesar de las trabas y las carencias, se consigue una grado aceptable de satisfacción tras finalizar la lectura. Es lo que ocurre con La pareja de al lado. Más allá de las debilidades subrayadas en el esbozo de los personajes, Shari Lapena convence por la evolución de las distintas líneas argumentales y por el permanente juego de apariencias que propone al lector. Entre los puntos que favorecen la novela se encuentra conocer la identidad del responsable de la desaparición de Cora hacia mitad del libro, lo que no resta interés; todo lo contrario, funciona como revulsivo, pues anima a seguir pasando las páginas para conocer el cauce que toma la ficción. Lapena nutre la narración con varios giros hasta el desenlace, con los que consigue salir airosa y paliar los obstáculos comentados. Con una gran escena final que sorprende incluso al lector más despierto, La pareja de al lado cumple su objetivo de entretener, pero con la sensación de haber dejado escapar una apuesta ganadora.

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Los herederos de la tierra

Ildefonso Falcones

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Valoración: ★★★★★

La vida de Hugo Llor, digna sucesora de "La catedral del mar".

No cabe duda de que Los herederos de la tierra se convirtió en uno de los libros del año nada más anunciarse su fecha de salida. La sombra de La catedral del mar es alargada, así que muchos lectores que habían pasado por la vida de Arnau se prepararon para volver a las calles de Barcelona con nuevas aventuras. Ahora que han pasado diez años desde la primera novela, Ildefonso Falcones brinda la oportunidad, no solo de saber qué fue de la vida de Arnau, sino de comenzar otro apasionante recorrido en las vivencias del joven Hugo Llor. Intrigas palaciegas, reinados convulsos y fanatismos religiosos vuelven a escena, bajo la atenta mirada de Santa María del Mar.

Las primeras páginas de Los herederos de la tierra transcurren apenas tres años después de La catedral del mar, en enero de 1387. Hugo Llor, con tan solo doce años, se afana como aprendiz en la construcción de barcos, acompañando al genovés Domenico Blasio, mestre d’aixa —encargado de la proyección y reparación de embarcaciones—. La mediación de Arnau tras la muerte de Matías Llor no se queda en el trabajo de Hugo en las atarazanas, sino que también se preocupa por su hermana Arsenda, a la que coloca como sirvienta de una monja en el convento de Jonqueres. Así comienza la vida del protagonista antes de que las desavenencias lo obliguen a alcanzar una madurez prematura. Los guiños a La catedral del mar no se pierden con la breve intervención del viejo Arnau, pues la estirpe de los Estanyol continúa su larga vida en Bernat, quien con dieciséis años reaparece en Barcelona tras su ruta por Alejandría. Los lazos forjados entre Bernat y Hugo están a prueba de adversidades, hasta que los años y un desafortunado acontecimiento tambalean los cimientos de la amistad y cambia para siempre el rumbo de sus destinos.

No hace falta contar mucho más para intuir que, tras Los herederos de la tierra, se esconde de nuevo una trama repleta de enemistades, traiciones y una continua necesidad de supervivencia, siempre a la altura de aquella apasionante historia que sedujo a tantos lectores en La catedral del mar. Y entre unas cosas y otras, el trasfondo histórico vuelve a tener un destacado protagonismo. El proceso de documentación llevado a cabo por Falcones para el periodo comprendido entre 1387 y 1423 es innegable, y se deja ver en cada capítulo, en cada huella que Hugo deja en la ciudad. Aunque en algunos pasajes la información puede resultar excesiva, permite dar una vasta visión sobre los sucesos acaecidos en Barcelona y otros territorios españoles, especialmente de aquellos hitos que acaban conectados con la ficción. Así, el lector asiste a la convocatoria de Cortes por el rey Juan, preparado para la defensa de Cataluña tras la invasión de compañías de guerra, llegadas principalmente de Francia; la tropelía contra los judíos producida el 5 de agosto de 1391, alentada desde Sevilla por las prédicas lanzadas por el arcediano Ferrán Martínez, la cual dejó en Barcelona centenares de víctimas y un sinfín de conversiones forzosas; o la muerte de Martín «el Joven», único heredero de la corona de Aragón y del Principado de Cataluña, hecho que implicó un conflicto sucesorio, sobre todo por la oposición de las Cortes a que el rey Martín apostara por su nieto bastardo Fadrique. El devenir histórico se completa con un amplio tratado sobre vitivinicultura que se integra en la novela en pequeñas dosis, convirtiendo el conocimiento y las técnicas del cultivo de la vid en el medio de vida de Hugo y del círculo judío más cercano al protagonista.

En este punto es inevitable buscar paralelismos con la trama que vio nacer a Arnau Estanyol como uno de los personajes más apreciados de la novela histórica contemporánea. Para quien haya llegado a Los herederos de la tierra habiendo pasado por La catedral del mar, no le resultará difícil localizar ciertas similitudes entre ambas propuestas: por ejemplo, la continuidad de los Puig como uno de los principales antagonistas; el fervor religioso que invade a Arsenda en el convento de Jonqueres —que remite al estilo de vida que tuvo Joan—; la fuerte presencia de la judería —algo que responde más a lo histórico que a un deseo de perpetuar el recorrido literario—; o las distintas fases amorosas de Hugo desde el primer amor hasta la consolidación del matrimonio, pasando por el despertar sexual y la pasión desenfrenada —inolvidables son Mar, María, Elionor y Aledis en la vida de Arnau—. En cualquier caso, estas correspondencias no dejan de ser anecdóticas, por lo que no debe temer el lector historias parecidas; más bien, a partir de algunos guiños —casi como un homenaje a La catedral del mar—, se construye un nuevo universo con pequeñas reminiscencia de la gran historia que fue el periplo de los Estanyol.

Los herederos de la tierra, de Ildefonso Falcones, recupera los últimos días del entrañable Arnau para abrir camino a Hugo Llor en otro íntimo paseo por los aledaños de Santa María del Mar. Lejos quedan ya aquellos bastaixos que levantaron piedra a piedra el templo de Barcelona. Ahora llega el momento de ceder el testigo a un nuevo plantel que desplegará sus miedos, inquietudes y emociones en un mismo escenario, a medio camino entre los siglos XIV y XV. Existía cierta preocupación sobre si el proyecto de Falcones estaría a la altura del volumen nacido hace una década. Ahora las dudas se han disipado: La catedral del mar ha encontrado un digno sucesor.

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El otro hijo

Sharon Guskin

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Valoración: ★★★★★

Reflexiones sobre la vida después de la muerte en una novela impecable

Hablar de la existencia de algo más allá de la muerte viene a ser como hablar de fútbol, religión o política: sería raro que el tema no saliese alguna vez en una reunión distendida de amigos. La idea, que permite un sinfín de posibilidades y enfoques, es un suculento manjar para cualquier escritor, tanto desde el recuerdo que puede evocar en un trasfondo realista hasta las más disparatadas teorías en entornos fantásticos. Alejémonos ahora de zombis, resucitados y otras materializaciones fúnebres. El otro hijo, de Sharon Guskin, busca trazar un relato hasta cierto punto verosímil, basado en diversos ensayos, en el que expone la continuidad de la esencia del ser humano en otros cuerpos tras el infortunado fallecimiento. Con una prosa sencilla y un desarrollo impecable, la autora estadounidense ha entrado con paso firme y contundente en el panorama literario gracias a una novela altamente adictiva. Os cuento con detalle.

El otro hijo se traslada en sus primeras páginas a las paradisíacas playas de Trinidad, en las que Janie Zimmerman pasa unos días de vacaciones con motivo de su treinta y nueve cumpleaños. Las ganas de pasarlo bien y el deseo de conocer gente nueva desembocan en un inesperado desenlace: Janie queda embarazada después de mantener relaciones con un desconocido. Fruto del encuentro nace Noah, al que el lector conoce con cuatro años de edad. Es aquí cuando manifiesta determinados comportamientos que complican la rutina diaria de Janie, tanto en su jornada laboral en un estudio de arquitectura, como en las intensas mañanas de colegio. Noah odia bañarse, grita sin motivo aparente, pregunta cuándo volverán a su verdadera casa y sostiene que alguien lo empujó al agua sin que su madre hiciera nada para evitarlo.

La angustia de la protagonista se traduce en búsquedas desesperadas en internet hasta toparse con el documental titulado Otra vida. Una voz en off narra: «Exploradores científicos pioneros están estudiando la reencarnación en Estados Unidos…»; «El más conocido de estos exploradores es el doctor Jerome Anderson…» (p. 107). Este último nombre pertenece a un conocido psiquiatra dedicado al estudio de aquellos que aseguran haber llegado a un cuerpo diferente después de fallecer. La conexión entre la madre de Noah y el científico no tarda en producirse. No obstante, Anderson también tiene que luchar contra sus miedos personales para poder ayudar a Janie: años de estudio y documentación en un campo que no goza de crédito ante sus colegas; el rechazo de un manuscrito en el que documenta sus principales hallazgos; la muerte de su esposa Sheila, víctima de un trastorno cardiaco; y el reciente diagnóstico de una disfunción afásica. A pesar de los inconvenientes, Janie y Jerome sabrán hallar una senda conjunta que les permita superar cada obstáculo.

Desde las primeras pesquisas el lector se convierte en cómplice de la búsqueda, anhelando tanto como los protagonistas el descubrimiento de las primeras respuestas, las cuales marcan un continuo enfrentamiento entre realidad, equívocos y desengaños. Sin embargo, quien pase por estas páginas no debe temer la presencia de flecos sueltos que desluzcan la historia. La introducción de destacados personajes, los giros argumentales al final de algunos capítulos, y la revelación paulatina de las claves del caso, logran de manera admirable mantener el interés y la intensidad de la novela. Además, la narración juega del lado de los lectores, quienes poseerán toda la información mucho antes de finalizar la obra, pero sin que esto reste ni un ápice de entusiasmo a la lectura, gracias a las escenas que la autora prepara tras la resolución del enigma.

El otro hijo, primera novela de Sharon Guskin, dibuja un excelente inicio para la carrera literaria de la escritora estadounidense. Con un planteamiento original, una narración fluida y unos personajes sugerentes, esta propuesta pretende seducir a miles de lectores con un tema controvertido: la reencarnación. A pesar de la ficción que supone la obra en sí misma, Guskin ha basado su creación en ensayos reales, dando así mayor profundidad a su trabajo: tras estas páginas aparecen referencias a Vida antes de la vida: los niños que recuerdan vidas anteriores, del psiquiatra Jim B. Tucker —se incluyen varios extractos intercalados en la historia de Noah—; Old souls, del periodista Tom Shroeder; o Children who remember previous lives, del doctor Ian Stevenson. Con toda esta información y las últimas líneas leídas solo queda una pregunta: ¿es posible la vida más allá de la muerte? Será difícil —improbable— dar una respuesta. Eso sí, las emociones en esta novela están garantizadas.

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